La semana pasada volví a la facilitación presencial tras varios meses de hacerlo solo en formato online.
Fue una experiencia que me llenó de emociones: curiosidad, alegría y, lo admito, un poco de ansiedad por conocer a nuevas personas y enfrentar un nuevo desafío profesional y mientras cuidaba mis niveles de atención y energía al máximo.
En este post quiero compartir contigo algunas de las estrategias que he desarrollado para cuidar mis niveles de energía y productividad, especialmente en situaciones exigentes.
Dar lo mejor de mí, sin llegar al punto de agotamiento, es una habilidad que he aprendido a lo largo de los años y que practico cada vez más en mi liderazgo personal y profesional.
Durante cuatro días consecutivos, facilité sesiones para dos grupos diferentes para un total de más de cuarenta personas.
Estos encuentros no solo son un intercambio de conocimientos, sino también de energía. Y como todos sabemos, la energía es uno de nuestros recursos más valiosos por lo que aprender a gestionarla y renovarla es clave para rendir al máximo sin perder el equilibrio.
Cuidar de no dar más de lo que realmente tengo para ofrecer — ya sea conocimientos, retroalimentación, energía o emociones — es un principio no negociable para mí. No importa cuán atractivo sea el proyecto o el presupuesto, mi bienestar es primero.
Cuando entiendes que tu salud y tu energía son como una cuenta “millonaria” por naturaleza, comienzas a tomar decisiones personales y profesionales con mayor claridad.
Este cambio de perspectiva me ha permitido aplicar filtros más conscientes, priorizando lo que importa en mi escala de valores, y asegurándome de no quedarme vacía después de una entrega con altos estándares de desempeño.
Aquí te comparto algunas de mis prácticas más valiosas cuando me preparo para enfrentar proyectos desafiantes:
1. Preparación. Lo que hago antes de un encuentro presencial es tan importante, o incluso más, que mi desempeño en vivo durante la facilitación. Para mí, la clave está en un análisis minucioso de los recursos y materiales necesarios, y en crear un espacio de calma (unas horas o incluso un día completo) antes de viajar o llegar al lugar donde facilitaré la sesión. Este tiempo de quietud me permite conectar con mi propósito y llegar con la energía adecuada (realmente creo que esto aplica a cualquier profesional comprometido con resultados).
2. Sentir. En el pasado, mi lado intelectual — experiencia y conocimientos — era lo que marcaba el ritmo y abría paso para la facilitación. Hoy, esa “alfombra roja” está reservada para mi intuición, emociones y espiritualidad. Estos aspectos me guían en cada decisión, asegurando que lo que hago esté alineado con un bien común y superior. Además, utilizo filtros para limitar mi propia autoexigencia, misma que puede resultar distractora del objetivo central: mis socios de aprendizaje (participantes).
3. Actuar. La maestría de un facilitador no solo reside en lo que escucha, sino también en lo que percibe más allá de las palabras. Observar miradas, posturas y silencios me proporciona información valiosa. Cuando identifico algo sensible, actúo desde el respeto y el amor por la persona, confiando en que cualquier intervención que realice no solo beneficiará al grupo, también influirá positivamente en los resultados de la organización y el negocio.
A pocos días de regresar del hermoso destino de San José del Cabo, y después de cuatro intensos días de facilitación presencial, me regalé tres días de descanso y recuperación. Entre lluvias, temblores frecuentes, baños en el mar, un masaje reparador y momentos significativos con mujeres que valoro y aprecio logré mantener el saldo positivo en mis niveles de energía.
“Darnos el permiso de recuperarnos es una necesidad humana, no sólo después de un trabajo extenuante, sino también en nuestro día a día. El descanso no es algo que nos tenemos que ganar, es algo que nuestro cuerpo requiere para funcionar a su óptimo nivel, lo que a su vez nos permite aspirar con certeza y fe a nuestros más preciados sueños”.
El balance perfecto no existe. Lo que existe es nuestra voluntad de escucharnos y, en la medida de lo posible (en medio de un sistema de vida caótico), respetar los llamados de nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra alma.
“El balance es un privilegio, no un lujo”
Para despedirme tengo estas preguntas de Self-Coaching para ti:
Me encantará leer tus reflexiones… Te espero en la sección de comentarios…
Desde mi Poder y Magia a la tuya,
Maru García Marín
Psicólogo, Coach, Mentor y Trainer en Gestión Emocional y Liderazgo
2 Comments
Wow, que buen texto. Tendré que trabajar en esas preguntas porque la respuesta a todas fue:
1. No sé
2. Ninguno
3. De ninguna manera
😱
Gracias por compartir y tu honestidad….. Es maravilloso darse cuenta que no tenemos la respuesta a algo y elegir iniciar la exploración. ¡Siempre Bienvenida!