Hace justo 3 semanas me encontraba con mi familia (esposo e hijo) de vacaciones en el área de la bahía de San Francisco, (lugar que llamé hogar por 6 años en el pasado).
El primer día hicimos una hermosa caminata en los bosques de Oakland, el segundo día visitamos Napa Valley, el tercer día hicimos el clásico bici-tour de cruzar el puente Golden Gate hasta Sausalito ….. todo iba excelente.
Nuestro cuarto y quinto día transcurriría en las montañas cercanas a Lake Tahoe. Por primera vez mi hijo exploraría la nieve, y por segunda vez mi esposo y yo volveríamos a esquiar (la última vez hacía casi 10 años).
Nuestras primeras horas en la nieve partieron con lecciones para nuestro hijo. En nuestro caso por respeto a no ser nativos en este deporte, la edad, y lo lejana de nuestra última vez, también tomamos lecciones.
Después de la lección de una hora mi hijo repetía con euforia…. ¡vamos… vamos a aventarnos de la alta!….
Yo tragaba seco de la deshidratada, pues nos tocó día soleado y entrar en ritmo con la clase no se sintió precisamente fácil, además de que sudé como si hubiese corrido una carrera, por lo que con toda convicción apenas terminamos la lección les dije: necesito primero tomar agua y reposar un momento.
El reposo se limitó a 30 minutos, el entusiasmo de mi hijo nos jaló a ambos, y para pronto ya estábamos practicando los descensos en la pista verde de principiantes.
Una que otra caída sucedía al final del camino por la dificultad para frenar, sin embargo, lo estábamos haciendo muy bien.
Al cabo de poco más de 1 hora de práctica, el sol a todo lo que daba, y la exigencia de reenfocar destrezas físicas me hicieron sentir exhausta…. Pero continué….
Cuando menos me di cuenta estaba atardeciendo y todos bajábamos muy bien, sin caídas y con control al frenar; y mientras esto sucedía podía ver de reojo el sol gradualmente ocultándose. Para ese momento ya todos acordamos pasar a la siguiente pista un poco más alta, (aún de principiantes).
Mientras subíamos sentados en las sillas, los tres teníamos dibujada una gran sonrisa en el rostro, en mi caso no sé si era la belleza del paisaje, el atardecer o la oportunidad de descansar mientras subíamos, el caso es que todo empezaba a sentirse más fluido y divertido para mí.
Un par de bajadas fueron completadas, el sol se ocultó, y con él mi deseo de parar por lo que pasé a anunciarles: “esta es mi última bajada….ya estoy muy cansada”.
Mi hijo replicó “hay que quedarnos más”…. Comentario que atesoré en mi corazón, pues al inicio de la jornada nos dejó ver su nerviosismo de probar algo nuevo.
Mi última bajada estaba en curso, la completé con éxito, y guiada por el entusiasmo de mi hijo me dije: “hazlo una vez más”…..
Como deportista que soy desde muy chica, me gusta al termino una actividad dar un extra, y en este caso el extra fue dejarme ir un poco más rápido…. todo se sentía especial, colores rosados en el cielo se fundían en el horizonte con el blanco de la nieve, estaba disfrutando del aire frío, estaba en el presente, y a pocos metros de terminar el descenso mi técnica para frenar me empezó a fallar, sentí mis piernas cansadas, insistía en la posición de frenar pero seguía con mucha velocidad.
En cuestión de microsegundos al ver que no disminuía velocidad decidí aventarme, y así frenar con mi cuerpo, lo que provocó que el esquí se encallara y con el mi pie izquierdo siguió un movimiento de casi 360 grados mientras seguía pegado al esquí encallado.
Si… auchhh….
Tirada en el piso boca abajo, golpee la nieve con mi puño y grité…. Haaaaaa
Mi hijo estaba a mi lado, le pedí que buscara a su papá, me levanté y me sentí desvanecer, mientras en mi mente escuchaba en eco el crujir de mi pie cuando caí….
Era el eco del sonido repitiéndose en mi mente, lo que más me asustó.
Elegí levantarme, sentí que sudaba frío, y en ese momento sentí ganas de llorar, mismas que se encontraron con el pensamiento:
“Ahora no es momento de llorar… ponte a respirar”, y eso hice de manera consistente a lo largo de la siguiente hora hasta que llegué al hospital y me diagnosticaron fractura triple del tobillo y la necesidad de una cirugía.
¿Porqué quiero contarte con tantos detalles esta historia?
Sin duda, porque hay muchos aprendizajes que estoy cocinando en este momento, y uno de los primeros tiene que ver con lo que elegí hacer después de caerme.
En mi naturaleza profundamente introspectiva esa misma noche en la habitación del hotel me hice estas preguntas:
Y las respuestas que hasta ahora encuentro son:
¿Te ha sucedido que ante una circunstancia de desafío emocional o crisis, desconectas las emociones y operas principalmente desde tu mente?, o tal vez sea lo contrario ¿Te vuelves una persona más emocional y menos pensante?
Sea cual sea tu estilo, yo tengo clara mi tendencia, y es justo por eso que en las últimas casi dos décadas he estudiado diferentes modalidades de inteligencia y gestión emocional, que no sólo me han permitido esta auto-conciencia y auto-regulación en momentos críticos, también me ha inspirado a crear soluciones apoyando a mujeres y hombres en su propia conciencia y gestión emocional.
En mi siguiente publicación te compartiré más de cómo logro realizar un inventario positivo sobre los desafíos de mi accidente, y cómo logro que las emociones me informen y guíen aunque me considere una persona con dominante enfoque mental.
Para despedirme tengo esta pregunta para ti:
Desde mi Poder y Magia a la tuya,
Maru García Marín
Psicólogo, Coach, Mentor y Trainer en Gestión Emocional y Liderazgo
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